Mosquito

Madrid, 4 de la tarde. 45 grados a la sombra. Sudor en la frente. Polución colándose por la ventana. Aspas de un ventilador trabajando para su amo. Y un mosquito; luchando contra la ráfaga de aire. Sollozando por el esfuerzo.

Marta, que no había ido a la guardería porque era sábado, fue en su ayuda. Con pasos torpes se acercó y le tendió una mano. El mosquito se posó, y juntos fueron hasta la habitación de los juguetes. Marta le contó sus problemas con Diego, que en clase siempre se metía con ella. Le enseñó sus pinturas e incluso colorearon juntos. Mosquito peinó sus muñecas e hizo de alumno cuando jugaron a las escuelas. Llegó la hora de dormir, así que Marta se metió en su cama y acomodó a Mosquito en la cajita de un anillo.

A la mañana siguiente, Marta se despertó y vio a Mosquito en su cajita, inmóvil. Muerto. Los mosquitos no viven mucho. Aún así Marta lloró un poquito. Lloró hasta que, al mirarse en el espejo, vio que tenía una picadura en la mejilla. Como un beso de despedida. Como un recordatorio de que Mosquito dedicó su vida a pasar una tarde con Marta

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